viernes, 8 de agosto de 2008

Irma llorando

Tiene más de 90 años. Tal vez casi 100. Todavía camina sola. Se aguanta de las rejas, columnas y matas. Camina por la acera. Sola. Avanzando. La conozco desde pequeño. Irma siempre tuvo más de 90 años. Tal vez casi 100. Avanza temblorosa. Aguantándose a los objetos del barrio. Todo un siglo XX que viaja de su portal a mi sala. Irma siempre viene a comprar cigarros. Cigarros cubanos al menudeo. Populares y Criollos al por menor: a 40 y 50 centavos nacionales cada cigarro. Irma avanza con un par de pesos temblándole en una mano. Con la otra se aferra a los objetos del barrio y así avanza. Sola. Por la acera. Irma llorando. Y este detalle es impresionante. Porque no está loca. Ni senil. Ni siquiera muy triste. Irma desde que la conozco solloza cada un par de palabras. O pesos. O cigarros de mala marca (la peor picadura popular o criolla). Irma llega llorando a mi casa. Compra llorando y enseguida se va. Es como un tic nervioso. Sin lágrimas. Un susurro nasal. Un toque de desamparo o pánico que le desencaja la cara. Y entonces regresa con sus más de 90 años. Tal vez casi 100. Dando tumbos de mi portal a su sala. En una mano un par de cigarros. Con la otra se aguanta a los objetos del barrio. Por la acera. Sola. Así en la paz como en la guerra. Así en Lawton como en la eternidad. Así en La Habana como en la muerte. Así en Cuba como en ninguna otra parte. Irma llorando.

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